sábado, 5 de octubre de 2013

Un día digital en la vida: el lector salvaje y el editor expectante

«Me levanto y leo en línea las noticias, en la tableta o en el móvil, también las escucho en la radio. Voy al trabajo y leo en el móvil, conectado a la wifi del autobús o si paseo o voy en metro, leo desconectado, una novela que me pasaron el otro día, un epub.

»Veo que cada vez más gente lee a mi lado en lectores de tinta electrónica, habrá que hacerse con alguno, ya son muy baratos.

»En el trabajo leo en el ordenador, las cosas del trabajo y también periódicos digitales, y otras webs y blogs. Eso en el navegador, pero también escribo y leo en el procesador de textos y desde luego atiendo el correo electrónico.

»También leo algunos papeles impresos que me llegan o que yo mismo imprimo, aunque cada vez en menor número. Leo y leo, sin parar.

»Cojo de buen gusto la novela impresa que me recomiendan y me prestan, pero miraré si la encuentro en digital, porque resulta incómodo llevar el volumen de un lado para otro. Además, en realidad son varios volúmenes los que estoy leyendo a la vez, una novela y un ensayo, y para después de las noticias, poesía o teatro. Creo que soy un lector salvaje», dice el lector salvaje.

Los editores digitales buscamos dónde se esconden los lectores para ofrecerles nuestras obras y resulta que están por todas partes, quietos algunos pero otros muchos moviéndose, mientras van leyendo a plena luz del día, aunque un poco en sombra si utilizan la tableta o el móvil en vez del ereader.

Al principio la edición digital era sólo para disfrutar las digitalizaciones en el monitor de ordenador, y las imágenes de textos, en realidad fotos de textos, eran suficientes, pero pronto se descubrió que faltaba lo principal y precisamente lo que es propio del texto electrónico, la posibilidad de buscar, copiar y pegar, o anotar digitalmente en él, sin perturbarlo.

Se volvió una exigencia realizar la doble edición, la de la imagen y la del texto electrónico, como en efecto llevaron a cabo muchas bibliotecas digitales y suelen hacer también los editores de obras impresas como complemento a las mismas. El formato pdf posibilita el dos por uno, guardando de forma impecable tanto la forma original como el contenido buscable.

Pero hete aquí que la expansión de la Red y la multiplicación de las pantallas baratas de todos los tamaños ha obligado a editar en formatos que puedan ser leídos en los diferentes terminales, algunos pequeños como los móviles, otros medianos como las tabletas o los lectores electrónicos, y otros grandes como los portátiles y ordenadores.

Los editores digitales deben editar también, por tanto, en formatos con texto líquido, fluyente, que se adapte al tamaño de la pantalla del terminal, formatos como el HTML, que es el habitual de las páginas web de la Red, protocolo que ya tiene más de dos décadas, desde que Tim Berners-Lee lo regaló a los lectores digitales para que navegaran libre y gratuitamente por Internet.

El formato epub, que es hoy por hoy el estándar editorial abierto para difusión de libros electrónicos, también es HTML. Así que no queda más remedio que estudiar esta nueva lengua, el HTML y su prima CSS, que lo bueno que tienen es que están en inglés y así se matan dos pájaros de un solo tiro, el HTML y el inglés.

Estudiarla, sí, y aprenderla y ponerla en práctica, claro, como antes se aprendía a imprimir a base de ir imprimiendo, y así poder explorar y exprimir todas las posibilidades expresivas que puede tener la edición digital, que la verdad sea dicha, desconocemos todavía.

Porque luego queda la tarea de difundir las publicaciones, y para cumplir ese loable objetivo habrá que tener muy en cuenta las condiciones que ponen los lectores: unos querrán leer en línea, conectados, y otros fuera de línea, sin conexión pero estando en posesión del archivo correspondiente, que querrán descargar primero de alguna parte.

Y además querrán poder leer el mismo texto pasando de un dispositivo a otro, una novela, en el móvil, si van en un transporte, o en la tableta, si ya están sentados en casa; o puede tratarse de una cosa del trabajo que tienen que terminar, que quedó pendiente en el ordenador de la oficina, y ahora, camino a casa, se puede revisar.

Para que el acceso a la lectura sea sincronizado, hay que recurrir a la nube, donde se custodia el texto digital y al que se puede acceder indistintamente desde los diferentes artefactos lectores. Ese acceso que desea el lector, se lo puede dar el editor-distribuidor de la obra, una plataforma de lectura por suscripción, por ejemplo, o lo puede organizar el propio lector recurriendo a alguna de las múltiples ofertas de almacenaje virtual en la mencionada nube, donde sube el archivo que interesa.  Incluso, hay quienes colocan ya en ella la biblioteca digital personal que están montando en pararelo a la de papel impreso, donde coleccionan las lecturas que interesan, de una forma cada vez mejor organizada.

El lector salvaje que manifiesta unas preferencias lectoras como las descritas hasta aquí no se corresponde bien con un editor expectante, más bien necesita un editor desenvuelto y versátil, un multieditor podemos llamarlo, que se suelte la melena y pruebe a situar textos, donde el lector pueda encontrarlos y queréselos llevar consigo, y además cumplan sus exigencias de contener texto líquido buscable, anotable y compartible.

La historia de la edición digital enseña la necesidad de convertir los textos en lectura móvil y accesible, de atender a todos los soportes y de difundir los textos en múltiples escaparates o en unos lo más grandes posibles, concentrando la oferta y facilitando que el lector los encuentres porque busca donde hay muchos otros.

El de editor es un oficio que ha ido cambiando con el tiempo: hace poco, en el siglo XIX, se desgajó del oficio de librero, con el que se confundía. Y ahora en el siglo XXI se junta al de autor para crear el oficio de autor-editor, del que hay innumerables ejemplos por todas partes, ya que está al alcance de la mano de cualquiera, dadas las facilidades tecnológicas para publicar.

Por otro lado, el editor se asimila en nuestro tiempo también al distribuidor y al vendedor, lo que supone de hecho la vuelta al editor-librero, que reúne un cúmulo de funciones de edición y difusión y distribución.

 Pero, tal y como es su esencia, el editor sigue siendo el que elige los textos de los autores (a veces es él mismo el autor) y les da la forma adecuada para su difusión (que a veces realiza también él).

Hay muchos tipos de editores digitales y, por tanto, de ediciones o publicaciones. Roger Chartier distingue entre comunicación electrónica, caracterizada por la inmediatez y por ser fragmentaria y gratuita, y la edición electrónica, definida por una pensada política editorial, los derechos de autor y la actividad comercial, aunque esas diferencias se desdibujan más cada día.

«Ya no existe un único campo editorial en el que operen los editores en exclusividad, sino un campo editorial expandido, digitalmente extendido, donde conviven blogs, repositorios abiertos, periódicos y revistas, con propuestas propiamente editoriales.» dicen Manuel Gil y Joaquín Rodríguez.

Y surgen especies editoriales nuevas y extraordinarias, como los bibliotecarios-editores digitales, aquí presentes, como ejemplo de las instituciones de la memoria que digitalizan los fondos que con tanto trabajo custodian, y los multidifunden, por usar un verbo a propósito. Como hace la Biblioteca Regional en su Biblioteca Digital de Madrid, por ejemplo, o la Biblioteca Nacional.

Y llevan a cabo auténticas nuevas ediciones de los textos, aunque respetando el espíritu y la carne de las ediciones originales, pero los diversos formatos son digitales, y su difusión también y por tanto tienen que tomar decisiones características de los editores.

Creo que la edición pública digital puede tener mucho que decir y ofrecer ante el tsunami digital que vivimos y que intentamos comprender y domesticar, dadas las enormes oportunidades que brinda.

Corresponde también a las instituciones de la memoria la conservación en la medida de lo posible de esta bibliografía digital española que se multiplica cada día, y el Depósito legal electrónico, con su afán de observar e intervenir, es un paso importante en esa dirección. Aunque la nueva legislación hace responsables a los editores del Depósito legal, sin embargo parece que los exonera (nos exonera) de la gestión de mismo, ya que corresponderá a los centros de conservación la decisión sobre la captura de su fondos. Pero los editores (nosotros) queremos ser capturados, cosechados, que hagan harvesting con nuestras obras.

Madrid, 4 de octubre de 2013

Liber 2013. Mesa redonda sobre el Depósito legal electrónico. «Un día digital en la vida: el lector salvaje y el editor expectante». Intervención de Javier Fernández Delgado

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